La ciudad como espacio social de convivencia.

Como resumen del -ya de por si no extenso- artículo homónimo de Susana B. Díaz Ruiz [En: Acciones e Investigaciones sociales, 21 (diciembre 2005), pp. 77-107].

La ciudad es algo más que un conjunto de edificios y calles, la ciudad es además una expresión de la naturaleza social del hombre, es la materialización de la necesidad del hombre de interrelacionarse para obtener ventajas derivadas de las sinergias que en ella se producen–económicas, culturales,…-. La ciudad es un sistema “inherente al ser humano”, un espacio histórico en el que desde hace miles de años se desarrolla su existencia vital. En ella se exteriorizan, en mayor o menor medida casi todas las potencialidades humanas, y se alza como un marco en el que se manifiestan explícitamente la gran mayoría de los conflictos, las relaciones de dominación y desigualdad, pero también inseparable de un sentido original de espacio urbano de convivencia.

La ciudad ha estado presente como objeto específico de la ciencia social desde los comienzos de la disciplina, siendo representada tradicionalmente bajo el reflejo de las grandes ciudades europeas y norteamericanas desde el s.XVIII, en las que “lo urbano se entiende como sinónimo de máxima civilización”. Autores clásicos como Tonnies, Weber, A. Smith, F. de Coulanges o Simmel… coinciden en la conceptualización opuesta entre sociedad tradicional y moderna. La modernidad eleva la ciudad y lo urbano como su símbolo particular. La gran urbe que concentra actividades industriales y comerciales, con una división social del trabajo y funcionalidad interdependiente en la ciudad industrial que exigen la consideración de la individualidad independiente. La modernidad, y el nuevo valor de lo urbano traen consigo la sustitución de las relaciones inmediatas o de parentesco por aquellas asentadas sobre la convención o contrato. Desde otro punto de vista; Niezstche, Baudelaire o Rousseau remarcan la pérdida de sentido comunitario, pero nadie pierde de vista la continuidad de la convivencia en las grandes urbes.

Entre la atomización y el proceso de homogeneización, “entre el movimiento uniformemente acelerado y la heterogeneidad que concentra su espacio, en las ciduades tienen lugar enfrentamientos y encuentros, pertenencias y arraigos, incomodidades y desaveniencias…”. Esto es una ciudad, “un espacio de convivencia, pero no de igualdad”. La ciudad de ayer y de hoy también, es un lugar de contacto, un espacio social de convivencia entre hombres, dónde estos adquieren su bios politiko. Un sistema social, en el que por tanto se incluye todo lo compartido; solidaridad y conflicto, la ciudad es un espacio en el que se mantiene una división jerárquica del poder, en el que no solo operan variables económicas sino, como resalto Weber, consideraciones subjetivas resultado de la convivencia en la ciudad. Además la ciudad es un territorio en el que no se puede perder de vista la tendencia a la burocratización, como en todos los lugares de la vida social y publica de las sociedades modernas y occidentales, en los que al mismo tiempo la “individualidad subsume la política socialidad de los miembros que habitan en una ciudad”.

En la actualidad, dentro del contexto en el que vivimos, se puede apreciar un cambio sustancial en las realidades urbanas, sus lugares buscan desprenderse de una cotidianidad, “sustituyendo el encuentro por la fluidez […] cuya principal característica es la porosidad”. El mundo urbano de hoy, aparece como un movimiento sin finalidad, en el que es difícil tomar viejas categorías científicas de análisis. Las ciencias sociales deben de tornar su análisis para captar las nuevas realidades sociales, se distingue entre un territorio social de lo visible, y otro emergente invisible, poblado “por transeúntes anónimos a cuyo espacio vital el poder del panóptico no llega”, cambian los espacios de poder aunque la desigualdad no desaparece, los flujos de información son los que crean ahora dominación. En la post-modernidad se disuelve la oposición entre individuo y sociedad como categorías científicas, se buscan categorías de identidad de los sujetos no duales ni excluyentes, con el riesgo de acabar oponiendo sujeto-sociedad, cabiendo preguntarse si es que realmente “la deslocalización de los lugares significa que hemos perdido el sentido de la localidad que vértebra la convivencia política urbana; o si la ciudad ha dejado de ser una “colección de extraños” y semejantes que conviven en una dimensión política de cotidianidad”.

Susana Díaz Ruiz trata de plantear la dimensión de convivencia social de las ciudades dentro del proceso de transformación del que son objeto en la actualidad; en el que la tendencia marcada por la postmodernidad lleva hacia la “individualización y pérdida de los contenidos y significados sociales compartidos”. Intentará demostrar la continuidad de la ciudad como espacio histórico de convivencia a través de tres premisas metodológicas; en primer lugar a través del análisis del ejercicio del poder, partiendo de la concepción weberiana de M. Villareal en la que “Lo más relevante para el ejercicio del poder es el proceso mismo[ de institucionalización -y no el discurso mismo-], las prácticas mediante las cuales se clasifican y atribuyen identidades, las maneras en que se reivindican significados con referencia a asociaciones específicas, socio históricamente construidas…”. En segundo lugar, poder hablar de la ciudad como un asentamiento común bajo el método que propone Fernández Martorell, la convivencia basada en “su proceso de sedentarización es el de la suma de normas, leyes y en definitiva estrategias que inventan sus protagonistas para sobrevivir” un método que se reproduce de manera independiente a las identidades de sus actores. Y en tercer lugar la proposición de S. Lash sobre la pertenencia y participación de los significados que conforman el espacio social que impide concebirlos en términos exclusivos de obligatoriedad. Concebir la sociedad moderna “como lugar dónde la progresiva individualización habrá de contemplarse como una práctica social que se proyecta sobre la dimensión cotidiana de la cual los seres humanos siguen teniendo noción.”

Si bien desde la perspectiva postmoderna vemos como la ciudad esta dejando de ser el espacio de existencia colectiva que siempre ha sido, Díaz Ruiz concluye que “la ciudad continua siendo lo que es, texto escrito, piedra tallada en la que se refleja la historia sucedida, sin ser por ello el lugar pasivo de la producción”. El significado de lo comunitario persiste en las ciudades de la era contemporánea, cambia la forma de convivencia, pero continua existiendo“a través de la dimensión social y cotidiana de la experiencia colectiva que conforman semejantes y desconocidos que se saben conciudadanos, habitantes y vecinos”.

Se reconocen “los significados sociales y estructurantes, compartidos y públicos, como aquello que nos atrapa y nos permite ser al mismo tiempo”, aquello que junto a los intereses particulares, articula unas instituciones y un conglomerado social y político que conforma la ciudad y la hace un lugar de convivencia. Por tanto, Susana Ruiz plantea el urbanismo como una práctica colectiva para definir el modo de utilización del espacio colectivo de la ciudad, partiendo de una noción de individuo y sociedad unidos, en simbiosis, un acontecer urbano en el que sus habitantes tienen protagonismo para decidir como configurar el espacio urbano desde su modo de vida y preferencias. Propone olvidar la vieja categorización sociológica de individuo y sociedad como entes separados, por que esto repercute en la concepción del espacio habitado, “el lugar que cada ciudad es, se mecaniza y se redistribuye, se mecaniza y se olvida”.

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